EL TRABAJO INTELECTUAL "EN EQUIPO" Y LA ELABORACIÓN DE UN TEXTO DE CONSENSO (Segunda parte).
EL
TRABAJO INTELECTUAL "EN EQUIPO" Y LA ELABORACIÓN DE UN TEXTO DE CONSENSO
(Segunda parte).
El
segundo trabajo en grupo que me interesa comentar lo realicé entre
los años 1980 a 1989. Versó sobre las Organizaciones Económicas
Populares, y en cuanto "investigación de campo" que
sistematiza experiencias que forman parte de un proceso social
dinámico y multifacético, desarrolla elementos metodológicos
interesantes en varios sentidos.
La
investigación la realizamos en el Programa de Economía del Trabajo,
un centro de investigación y de servicios de promoción social,
patrocinado por el Arzobispado de Santiago, que elaboraba estudios
sobre la coyuntura económica y se esforzaba en apoyar a las
organizaciones sociales. Arreciaba la crisis económica y social
provocada por la implantación autoritaria del modelo neoliberal, y
la desocupación alcanzaba niveles dramáticos.
El
origen de la investigación fue una pregunta que nos fue planteada
por una persona que tenía real interés en encontrarle respuesta.
Fue en una reunión que tuvimos los economistas y sociólogos de
nuestra institución con el Cardenal Silva Henríquez, quien nos
planteó la siguiente inquietud, más o menos textualmente: “Tengo
una pregunta que quisiera pedirles que me ayuden a responder. En el
marco de esta crisis económica en que estamos, y de la
reorganización neo-liberal de la economía, la información que
tenemos es que en las poblaciones populares de Santiago existe desde
hace ya varios meses una enorme desocupación, que alcanza en alguna
zonas hasta el 60 y 70 % de los trabajadores. Sabemos, además, que
el Estado ha dejado de prestar servicios que antes beneficiaban a los
más pobres. La pregunta que me hago es ¿cómo se explica que en
esas poblaciones no exista una hambruna generalizada, un gravísimo
problema humanitario? Yo creo saber, creo tener alguna respuesta, en
base a lo que me cuentan los sacerdotes y otras personas de la
pastoral; pero quisiera que ustedes realicen una investigación
seria, yendo a esas poblaciones, y buscando de manera científica y
rigurosa la respuesta a mi pregunta”.
Ese
fue el origen, pero pronto nos dimos cuenta de que debíamos
satisfacer también la demanda de conocimientos que tenían los
propios protagonistas del proceso estudiado, o sea las organizaciones
sociales de base que requerían entender mejor lo que eran y lo que
hacían, precisar su identidad y sus proyecciones, individualizar sus
potencialidades y limitaciones.
El
primer elemento metodológico que me importa destacar es que la
amplitud, la profundidad, la relevancia de una investigación,
depende básicamente de la pregunta que la motiva, y de las
necesidades de conocimiento que se quiere satisfacer.
Me
fue asignada la responsabilidad de organizar y dirigir el equipo de
investigación. Formaron parte de éste, la economista Apolonia
Ramirez, el administrador de empresas Arno Klenner, y el sociólogo
Roberto Urmeneta. Juntos diseñamos un plan de trabajo que nos llevó
a recorrer las principales poblaciones marginales de Santiago y sus
alrededores, tomando contacto con parroquias y capillas, iglesia
evangélicas, ONGs, juntas de vecinos y centros de madres, clubes
deportivos y todo tipo de instancias en que hubiera personas que se
reunieran por alguna actividad o motivo que los agrupara.
Cabe
destacar que el carácter colectivo de la investigación no se
reducía al pequeño grupo de especialistas en distintas disciplinas
científicas, porque además participaron en las distintas fases de
la investigación numerosas personas y organizaciones sociales, que
aportaron no solamente información empírica sino también muchas
ideas, hipótesis, reflexiones y conocimientos de distintos niveles,
que contribuyeron decisivamente a la comprensión del fenómeno
estudiado.
Otro
elemento del aprendizaje metodológico de esta investigación, fue la
creación de un nexo activo, de una interacción permanente, entre la
investigación y la prestación de servicios; o más exactamente,
entre los investigadores y los sujetos investigados. Esta relación
constituye una forma de aplicar el procedimiento metodológico que
Antonio Gramsci denominó “filología viviente”, sobre lo cual
trataré en otra ocasión.
En
este sentido, experimentamos una singular combinación entre las
dimensiones empírica y teórica de la investigación, no siendo esta
última un marco teórico asumido previamente sino elaborado
creativamente en el proceso de reflexión sobre la información
empírica recogida.
La
investigación quedó consignada en el libro Las Organizaciones
Económicas Populares, del que se publicaron tres ediciones, en
las que fuimos actualizando y complementando los análisis conforme
al despliegue de los hechos y del proceso estudiado. La
investigación se prolongó durante diez años, en un proceso de
ampliación progresiva de la realidad estudiada, y de profundización
de nuestra elaboración teórica sobre ella. El proceso estudiado y
el estudio del mismo procedieron en sincronía.
He
ahí otro elemento metodológico a destacar, a saber, la peculiar
circunstancia de que la investigación cumplida y publicada en una
primera fase, se prolonga luego y se actualiza, tanto empírica como
teóricamente, en tres sucesivos momentos a lo largo de diez años,
constituyendo un proceso de acompañamiento reflexivo del proceso
social estudiado, y dando lugar a sus tres ediciones "actualizadas".
De ese modo, el proceso de la realidad estudiada se manifiesta y
refleja en el proceso de su estudio.
Al
respecto, destaco la dimensión teórica de ese proceso. Fue Hegel
quién formuló que cuando los conceptos teóricos se cristalizan,
dejan de representar fielmente la realidad. Considero que este
dinamismo de la elaboración teórica constituye una de las mayores
dificultades de la investigación en las ciencias sociales,
económicas y políticas.
Casi
desde el comienzo de estos trabajos surgió el concepto que, a mi
entender, expresaba la identidad, el modo de ser y la racionalidad
económica con que operaban esas organizaciones. Me refiero al
concepto de economía de solidaridad, o economía
solidaria, que adopté y propuse decididamente en 1981. Se me ha
atribuido ser el fundador de la concepción de la economía
solidaria, y haber ‘acuñado’ el término. Si por ‘acuñar’
se entiende ser el primero en poner por escrito la expresión, puede
ser cierto, al menos hasta donde yo conozco. Pero la expresión
“economía solidaria” la escuché de una mujer integrante de una
organización económica popular. Fue en un “Encuentro de Talleres
Laborales”, en que participaron también organizaciones de
Comprando Juntos, Centros de Abastecimiento y Servicios a
la Comunidad, Comedores Populares, Cocinando Juntos,
Grupos de Salud y otros.
Se
reflexionaba sobre la identidad común que tuvieran organizaciones
tan diversas, que adoptaban nombres diferentes, pero que por algo nos
encontrábamos reunidos en ese evento para reflexionar y encontrar
juntos soluciones a los problemas que todas enfrentaban. Se generó
un debate en que se plantearon dos enfoques. Unos decían que lo que
los unía a todos era el ser “organizaciones solidarias”, creadas
para solidarizar frente a los problemas y las agresiones de que eran
objeto los ‘pobladores’ en el contexto de la dictadura militar.
Otros enfatizaban el carácter de “organizaciones económicas”
creadas por grupos populares para enfrentar los problemas de la
subsistencia y la satisfacción de necesidades básicas, en un
contexto en que había gran desocupación y el estado no ofrecía
soluciones. Fue allí que una mujer de una organización popular dijo
que las dos posiciones tenían razón, que ellas eran organizaciones
económicas y organizaciones solidarias, y que lo que las
identificaba a todas era, entonces, es ser organizaciones de economía
solidaria. Eso clarificó la cuestión de la identidad compartida por
tantas organizaciones que buscaban resolver los problemas económicos
actuando con solidaridad.
Y
me pareció que era el nombre apropiado para un movimiento y un
proceso en gestación, por lo que comencé a hablar y escribir sobre
la “Economía Solidaria” y la “Economía popular de
Solidaridad”. Naturalmente, en mis ya cuarenta años de dar
seguimiento a estos procesos, los conceptos de la economía solidaria
los hemos ampliado y profundizado progresivamente.
Del
mencionado origen del concepto de la economía solidaria derivo otros
dos elementos de aprendizaje metodológico. Uno, que los conceptos
teóricos no surgen sólo de la mente de pensadores y científicos,
ni deben buscarse solamente en los libros, pues son creados también
por personas humildes que, participando y conociendo directamente la
realidad, la comprenden íntimamente.
El
otro elemento es que, cuando se da un debate genuino entre posturas
diversas, la comprensión de la realidad no se cumple plenamente en
una de las posiciones que se debaten, sino en la integración de los
puntos de vista parciales en una concepción comprehensiva que las
integre.
En
relación con esto, debo consignar que en el equipo de investigación
se expresaban constantemente diferencias de opinión sobre el
significado de la realidad estudiada y sobre el sentido del proceso
que se desenvolvía. Tales diferencias quedaron consignadas en el
texto aludiendo a posibles explicaciones alternativas de los
fenómenos, y en particular, a propósito del sentido y significado
histórico del proceso estudiado, cuando enunciamos tres “hipótesis
interpretativas” que denominamos hipótesis máxima,
hipótesis intermedia e hipótesis mínima.
Como
director de la investigación me reservé la escritura de la Primera
Parte del libro, con sus diversos capítulos teóricos y analíticos,
y supervisé la parte que recogía la información cuantitativa, que
fue escrita por el sociólogo Roberto Urmeneta.
En
las tres ediciones del libro fuimos mencionados los cuatro autores,
sin establecer las diferencias que acabo de manifestar en cuanto a la
responsabilidad de cada uno en la redacción de los textos. Lo
propuse así al equipo y mis tres colegas estuvieron de acuerdo.
Luis
Razeto
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