MAESTROS, APRENDIZAJE DE MUCHAS COSAS Y ABUNDANTE MEDITACIÓN.
MAESTROS,
APRENDIZAJE DE MUCHAS COSAS Y ABUNDANTE MEDITACIÓN.
Tuve
en mi adolescencia y juventud la suerte de conocer y recibir
enseñanzas de verdaderos Maestros. Exponiendo algo de mi experiencia
con ellos quiero destacar la importancia de los Maestros en la
formación de una persona.
En
el Instituto Chacabuco de los Hermanos Maristas, en 4°, 5° y 6° de
Humanidades como se llamaba entonces la educación Media, el hermano
Jaime fue mi profesor de Filosofía y de Literatura cuando tenía 14,
15 y 16 años. En filosofía nos ponía problemas y nos daba por
tarea pensar una respuesta. Recuerdo que nos planteó, entre otros,
“el problema de la individuación de las cosas”, o “¿que hace
que cada cosa sea individual y distinta de todas las otras?”. Mi
respuesta, que tuve que defender ante los compañeros, fue que lo que
individuaba las cosas era su estar determinadas por el espacio y el
tiempo. En Literatura nos hacía leer autores clásicos españoles y
trabajar sobre un libro durante todo el año, resumiendo el
argumento, analizando los personajes, ubicando el contexto social e
histórico, etc. Recuerdo en 4° año haber escrito dos cuadernos
completos de 60 hojas sobre El Cantar de Mío
Cid; en 5° me dediqué a Don Quijote de la
Mancha; y en 6° me concentré en Niebla y
en Amor y Pedagogía, de Miguel de Unamuno.
Del
colegio pasé al Seminario Pontificio, donde tuve la suerte de tener
dos maestros que fueron muy importantes para mí. Monseñor Jorge
Hourton, doctor en filosofía y en teología, fue nuestro profesor de
Epistemología. Mi relación con él fue muy estrecha porque era el
Director de Estudios de Filosofía y me nombró como secretario para
llevar los libros de calificaciones, una actividad que me ocupaba
apenas un par de horas a la semana, y que me dejaba tres o cuatro
horas diarias para leer y estudiar en su oficina, donde estaba su
biblioteca personal a mi disposición, y donde pude conversar a
menudo con él y recibir su orientación, especialmente
bibliográfica. El otro maestro que tuve en el Seminario fue el
Joseph Comblin, un teólogo belga cuyos libros versaban sobre los
grandes temas de la modernidad (la paz, la política, la revolución,
etc.), en los que mostraba una extraordinaria apertura y libertad de
pensamiento.
Del
Seminario pasé a la Universidad Católica de Valparaíso para
completar estudios de filosofía y educación. Allí me enseñaron
varios buenos profesores que tenían la gracia de realizar las clases
en base a la lectura y análisis de los grandes filósofos. Destaco
al filósofo Juan de Dios Vial Larraín con quien leímos el Discurso
del Método de Descartes; al esteta y pensador boliviano
Roberto Prudencio, que dictaba el curso de Estética; a Rafael
Gandolfo, sacerdote y filósofo con quien trabajamos Husserl y
Heidegger; al Dr. Fernando Zavala del que seguí un curso sobre Hegel
y otro sobre Nietszche; y al Dr. Luis López, cuyo curso de Lógica
consistió en un análisis de Alicia en el País de las Maravillas.
En
la Universidad combinaba los estudios con el trabajo. Primero trabajé
en un Instituto de Estudios Políticos de orientación social
cristiana dedicado a pensar el "comunitarismo", donde tuve
ocasión de colaborar con el filósofo político Jaime Castillo, un
original pensador social-cristiano que me orientó a estudiar a
Jacques Maritain y a Joseph Lebret. Después trabajé en un Instituto
de Educación Popular comprometido en procesos de concientización y
organización popular. En éste pude conocer e interactuar con el
historiador y profesor Gustavo Canihuante, y con el educador
brasileño Paulo Freire, que estaba entonces exiliado en Chile.
Aunque
no fueron propiamente mis maestros docentes, no puedo dejar de
mencionar a tres hombres que considero almas grandes, y con quienes
en esos años juveniles tuve ocasión de estar y conversar en
diversas circunstancias: el sacerdote Esteban Gumucio, el obispo
Enrique Alvear, y Dom Hélder Camara.
Terminada
la Licenciatura en Filosofía y Educación realicé una Maestría en
Sociología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLACSO), donde tuve la oportunidad de seguir cursos con docentes que
después han sido importantes políticos latinoamericanos: el
Presidente de Chile don Ricardo Lagos que dictaba el curso de
Historia Social de América Latina, y el Ministro de Economía de
Brasil don José Serra que daba el curso de Economía. Seguí ahí
también los cursos de varios connotados sociólogos que trabajaban
en la Teoría de la Dependencia y del Subdesarrollo de América
Latina.
El
último de los Maestros que quiero destacar fue don Alejandro
Lipschutz, un científico, médico, antropólogo y filósofo de
origen judío-letón; un hombre reconocido como sabio, que fue el
primero en recibir el Premio Nacional de Ciencias de Chile. No tuve
la suerte de seguir cursos formales con él, sino algo mejor. Formó
un pequeño grupo de seis o siete jóvenes que nos reuníamos con él
en su casa, una tarde cada semana durante un año. En
esas charlas don Alejandro, ya anciano de 90 años pero
absolutamente lúcido, nos compartía sus conocimientos,
sus actitudes intelectuales, su sabiduría. Recuerdo la biblioteca
desbordante de libros en los estantes, vitrinas y anaqueles; libros
también sobre una mesa y en el piso. Sobre el escritorio un
gran globo terráqueo, y a un lado un antiguo samovar ruso desde el
cual él mismo nos servía té.
Algunas
de las ideas que Alejandro Lipschutz nos trasmitía con cierta
insistencia eran:
Que
la salvación y el progreso de la humanidad requiere el encuentro y
mutuo entendimiento entre Oriente y Occidente.
Que
la ciencia con sus métodos empíricos, y la filosofía con su vuelo
especulativo, son ambos constitutivos del saber necesario para
comprender el mundo y darle sentido a la vida.
Y
que la formación necesaria para ser un buen científico o filósofo,
implica “el aprendizaje de muchas cosas, y la abundante
meditación”. Aprendizaje de muchas cosas, esto es, la
más amplia y variada asimilación de informaciones y de
conocimientos: vivenciales, empíricos y teóricos. Abundante
meditación, en el sentido de reflexionar y profundizar en torno
a esos conocimientos, para comprender el sentido de las informaciones
y conocimientos diversos, captar sus relaciones y nexos, y buscar su
integración en un saber unificado.
Sólo
me cabe expresar mi hondo agradecimiento a cada uno de estos Maestros
que contribuyeron a mi formación intelectual y moral, y me
facilitaron el conocimiento de aún más grandes filósofos, sabios y
Maestros de la humanidad. Agradezco a la suerte o azar que me
relacionó con ellos, y que siempre digo que es uno de los modos en
que el Creador actúa en el mundo, por lo que también agradezco a Él esos
encuentros con personas sobresalientes.
Concluyo
recomendando a los jóvenes deseosos de contribuir al conocimiento y
la ciencia, y/o a la comprensión y transformación del mundo, que si
tienen la ocasión de encontrar verdaderos Maestro, personas sabias,
docentes e investigadores de verdadera excelencia - en cualquier
nivel académico que cursen o en estudios que realicen
independientemente -, que no dejen pasar esas oportunidades
especiales, y que se acerquen a esos hombres y mujeres
extraordinarios y generosos para aprender de ellos “muchas cosas”,
y luego, en la propia intimidad, realizar sobre todo aquello
recibido, una “abundante meditación” personal.
Luis
Razeto
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