LOS CREADORES, SUS OBRAS Y EL ESPÍRITU

Estoy convencido de que el arte y la poesía, la filosofía y las ciencias, las sabidurías y las grandes religiones, son obra del espíritu. Dicho de otro modo, en toda gran obra de arte, de pensamiento y de sabiduría se manifiesta el espíritu.
Soy asiduo lector de biografías. Siempre he querido conocer las vidas de los grandes poetas, músicos, novelistas, científicos, pintores, sabios y maestros espirituales. Porque me interesa el hombre o la mujer que hay detrás de una gran obra. Y porque creo que las ‘almas grandes’ nos permiten conocer la verdadera naturaleza humana y lo que podemos llegar a ser.
Pues bien. Siempre me sorprende, y considero un enigma que no logro resolver, la notoria y notable distancia que descubro entre la grandeza de las obras por un lado, y ciertas notorias pequeñeces que han marcado las vidas de los individuos que las han creado. Obras sublimes, de valor universal, altísimas y profundas, han sido producidas por personas cuyas vidas han estado en muchos casos afectadas por la mezquindad, el capricho, la vanidad, la avidez, y a menudo por comportamientos bastante egoístas. No digo, al mencionar estos defectos, que los autores no hayan sido individuos generosamente entregados a la realización de sus obras, que es lejos el mejor modo de servir a la humanidad. Tampoco afirmo que hayan tenido esos defectos en grados acentuados; pero se hacen notorios al compararlos con las cualidades éticas, estéticas, intelectuales y espirituales que se aprecian en las obras que han creado.
Esta desproporción entre el autor y la obra se me ha actualizado con la lectura reciente de las biografías de dos grandes entre los grandes creadores de todos los tiempos: Dante Alighieri y Antoine de Saint-Exúpéry.
La pregunta que me hago a partir de lo anterior es la siguiente: ¿quién es el verdadero autor de obras tan sublimes como La Divina Comedia, El Principito o Ciudadela? ¿Solamente el Dante y el Antoine? ¿O hay algo o alguien más, en el origen de sus obras?
Los poetas suelen decir que son inspirados por ‘las musas’. Los grandes autores místicos hacen referencia a que han sido objeto de ‘iluminaciones’, de ‘raptos’ que los han sacado de sus circunstancias y de las condiciones de sus vidas cotidianas. Es como si los propios autores no reconocieran la plena autoría de las grandes obras que han creado, atribuyéndolas a alguna inspiración, aliento, impulso, motivo o ánimo que les haya llegado desde fuera.
¿Es acaso que el espíritu - verdadero creador de las obras sublimes del arte, la poesía, el pensamiento y la sabiduría -, sea algo que está más allá de cada persona, y que se une al individuo escogido por quizás que razón o azar para que sea el autor material de la obra que el espíritu desea realizar? ¿Una suerte de ‘posesión’ interior, voluntariamente aceptada, o deseada, de la persona del autor por el espíritu creador, que lo hace ser instrumento y medio para manifestarse en obras sublimes? ¿O pudiera ser, quizá, que en el momento creativo el autor de la obra se encuentra 'en estado de gracia', o especialmente inspirado, un estado que no se extiende igualmente a los otros momentos de su vida? ¿O es el espíritu que emerge en el individuo y que se manifiesta cuando éste acalla sus propios ruidos y en silencio escucha sus voces interiores? 
Me ha ocurrido - como espectador de obras de arte, como lector de poesías, como auditor de música y como estudioso del pensamiento -, llegar a sentirme tan admirado y conmovido por la grandeza de algunas obras, que es como estar en presencia del espiritu que les ha dado origen. La obra no me pone en presencia de su autor reconocido, sino de aquello que lo hubiera animado, que lo trasciende y que me trasciende también. El “Bufón Don Sebastián de Morra” no me hace pensar en Diego Velázquez sino en la dignidad del hombre no afectada por sus defectos físicos, y en la sublime compasión del espíritu ante un cuerpo deforme. Sin duda alguna la obra trasciende a su autor.
Personalmente, no soy capaz de emitir un juicio objetivo sobre la calidad de mis creaciones intelectuales, y menos aún sobre las cualidades y defectos de mi persona. Pero, igual, tengo la sensación de que mis obras son superiores a lo que puedo hacer yo como individuo. Y me ocurre también muchas veces al releer algo que he escrito antes, que me sorprendo de haberlo pensado y dicho, descubriendo en los textos cosas que no recuerdo haber siquiera sospechado. De modo tal que, siendo honesto, lo más que puedo decir es que soy un co-autor de las obras que firmo con mi nombre. 
Luis Razeto
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